sábado, 3 de enero de 2015

Carta de un anciano

El dia que esté viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y comprende.

Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide cómo atarme los zapatos,
recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.

Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras que
sabes de sobra como terminan, no me interrumpas y escúchame.
Cuando eras pequeño, para que te durmieras tuve que contarte
miles de veces el mismo cuento... hasta que cerrabas los ojitos.

Cuando estemos reunidos y sin querer haga mis necesidades
no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello,
pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuantas veces cuando niño te ayudé y
estuve paciente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.

No me reproches porque no quiera bañarme, no me regañes por ello.
Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba
para hacerte más agradable tu aseo. Acéptame y perdóname.
Ya que soy yo el niño ahora.

Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas
tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el
tiempo que sea necesario paro no lastimarme con tu sonrisa burlona.
Acuérdate que yo fui quien te enseñó muchas cosas que entonces te asombraban.
Comer, vestirte y tu educación para enfrentar la vida tan bien como lo haces,
son producto de mi esfuerzo, amor y perseverancia por ti.

Cuando en algún tiempo mientras conversemos me llegue a olvidar de qué
estábamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde,
y si no puedo hacerlo no te burles de mi: tal vez no era importante
lo que hablaba y me conforme con que me escuches en ese momento.

Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas.
Sé cuánto puedo y cuánto no debo. También comprende que con
el tiempo ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.

Cuando me fallen mis piernas por estar cansadas para andar,
dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo contigo
cuando comenzaste a caminar con tus aún débiles piernitas.

Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y
sólo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no
tiene que ver con tu cariño o cuánto de ame.
Trata de comprender que yo no vivo sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has
sabido recorrer. Piensa entonces que con el paso que me adelanto a dar
estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo... pero siempre contigo.

No te sientas triste o impotente por verme como me veas.
Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir.
De la misma manera como te he acompañado en tu sendero,
te ruego me acompañes a terminar el mío.
Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas
con el inmenso amor que tengo por ti.

Tu viejo Padre.